martes, 9 de octubre de 2007

EL JUEGO DEL AJEDREZ

Mariano Alcalde

Hoy voy a contaros una historia que seguramente algunos conoceréis, pero que por su curiosidad y enseñanza final conviene saber. Es la historia del sabio anónimo que invento el ajedrez.

Cuando un matemático oriental inventó el admirable juego de ajedrez, el monarca de Persia quiso conocer y premiar al inventor. Cuenta un escritor de la época, que el rey ofreció a dicho inventor concederle el premio que solicitara, fuera cual fuese el valor de ese premio.
El matemático pensó durante unos minutos y se contentó con pedirle 1 grano de trigo por la primera casilla del tablero de ajedrez, 2 por la segunda, 4 por la tercera y así sucesivamente, siempre doblando, hasta la última de las 64 casillas.
El soberano persa casi se indignó de una petición que, a su parecer, no había de hacer honor a su poder y fortuna incalculables.
- ¿No quieres nada más? preguntó.
- Con eso me bastará, le respondió el matemático.
El rey dio la orden a su gran visir de que, inmediatamente, quedaran satisfechos los deseos del sabio.

Aparentemente y sin pensar, los granos de trigo totales que resultan al realizar las operaciones, no son muchos.

¡Pero cuál sería el asombro del visir, después de hacer el cálculo, viendo que era imposible dar cumplimiento a la orden!
Para darle al inventor la cantidad que pedía, no había trigo bastante en los reales graneros, ni en los de toda Persia, ni en todos los de Asia.
El rey tuvo que confesar al sabio que no podía cumplir la promesa concedida, por no ser lo bastante rico.
Los términos de la progresión arrojan, en efecto, el siguiente resultado: dieciocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos de trigo.
18.446.744.073.709.551.615
Se sabe que una libra de trigo, de tamaño medio, contiene 12.800 granos aproximadamente. ¡Calculad las libras que necesitaba el rey para premiar al sabio! Más de las que produciría en ocho años toda la superficie de la Tierra, incluyendo los mares.
Con la cantidad de trigo reclamada, podría hacerse una pirámide de 9 millas inglesas de altura y 9 de longitud por 9 de latitud en la base.

Para comprar esa cantidad de trigo, si la hubiera, no habría dinero bastante en este mundo.
Esta pequeña historia nos hace recapacitar en lo superficiales que pueden resultar muchas veces nuestras valoraciones a primera vista. Sin pensar.
En la mayoría de las ocasiones es preferible guardar un tiempo de reflexión antes de expresar una idea, dar por sentado algún suceso, hacer comentarios sobre el comportamiento de alguien, o dar la opinión que se tiene al respecto de algo.
Si el rey de Persia se hubiera tomado un tiempo para judgar la petición del sabio, habría caído en la cuenta de que la solución a los problemas no solo reside en la rapidez de ejecución, también reside en la eficacia.